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Aceptación & Perseverancia

Aceptación & Perseverancia

Para andar en el camino necesitas convertirte en el camino. Gary Snyder

El viernes a las 4:30 a.m después de haber dormido apenas dos horas, me desperté, tomé mis alforjas, subí mi bicicleta en un taxi y me marché al punto donde nos encontraríamos 25 ciclistas para una salida de fin de semana largo nivel principiantes/intermedio. No conocía a nadie personalmente. Había tenido un par de conversaciones por Facebook con Hebert el organizador de Mountain Bike, un grupo que sale a pedalear por diversas rutas en busca de la aventura. En los días previos había coordinado irme en el auto con “Guille el cordobés” iríamos acompañados de Cristian “Zaraza”. Sentía curiosidad, cuando viajas con desconocidos está todo por crearse, una oportunidad maravillosa se presenta ante ese descubrimiento, y la posibilidad de sembrar una amistad depende de cómo fluya la energía con esas personas, pueden quedarse ahí, y en poco tiempo no recordarlos o guardarse en tu memoria brindándote la posibilidad de regresar a ese momento, sonreír y agradecer.

Hebert el organizador, aproximadamente de unos 35 años con algún tipo de educación militar, apasionado por descubrir rutas, lugares y paisajes deslumbrantes, amante de la historia  y los espacios donde exista una alta dosis de peripecias en las que la adrenalina esté presente, es el creador de estos encuentros. Asume la tarea de armar las rutas, poner de acuerdo a las personas, plantear la logística y todo -gratuitamente- a cambio de vivir la experiencia mientras disfruta de su pasión: la biciaventura.

Así fue como a las 6:00 a.m, muy puntuales, partimos hacia Olavarría, una pequeña ciudad a 400 kilómetros de la capital argentina. La ruta Tres se abría ante mis ojos con esos paisajes que te hacen preguntarte cómo es posible que a tan poca distancia de La Ciudad De La Furia donde su asombrosa arquitectura se funde con el asfalto y la hostilidad cotidiana de un Microcentro contaminado de caras grises y olor a cigarro, existan paisaje llenos de serenidad.

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Durante la mañana perdí mi voz y me quedé afónica durante todo el fin de semana, no podía hablar mucho, así que en el auto me dediqué a escuchar las historias del Cordobés y Zaraza.  Unas cuatro horas después llegamos a las cabañas Rincón Soñado nos acomodamos y en breve nos dispusimos a salir.

Ahí sentí el primer punzón de susto porque veía cómo todos se cambiaban de ropa sumiéndose en calzas, remeras-camisetas profesionales, cascos de ciclista de montaña (no de honguito como el mío) y todo me empezaba a indicar que eso no era nada parecido a lo que yo denominaba principiantes… me pregunté (como en otras ocasiones) quién coño me mandaba a meterme en vainas que no conozco bien.

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Emprendimos el camino y a los cinco minutos ya estábamos en plena subida rural, así entrevesa’ita… y obviamente fui la primera que se bajó y tuvo que caminar con la bicicleta – Gracias, la gerencia -.

Unos pocos kilómetros adelante mientras hablaba con Andrea, una de las coordinadoras, y mientras le comentaba que sentía que algo raro le pasaba a los cambios de Romeo – mi bici – hice un cambio y después de un ruido extraño la bicicleta se detuvo en seco, la cadena se había zafado, la caja de cambios había atravesado algunos de los rayos y la rueda había quedado descentrada. Era el fin de mi aventura, puedes arreglar una pinchadura, una cadena dañada, pero una caja de cambios y rayos rotos…Jum.

Maxi y Rodrigo, dos chicos más que apoyaron a Hebert en este paseo, especulaban sobre la bicicleta, Hebert propuso que lo mejor era que me regresara y fuera con Andrea en el auto, eso significaba que Andrea se perdiera el paseo en bici, se intercambiaron puntos de vista hasta que entre Rodrigo y Maxi arreglaron la bici, finalmente Maxi me convenció, podría pedalear, la bici iba a aguantar, no tenía nada de que preocuparme.

Excepto de tooooodo el camino que recorreríamos, del viento en contra que nos jugaba una mala pasada, de mis piernas que no tienen la misma condición de cuando pedaleé la costa Uruguaya, o de cuando lograba hacer 35 kms de asfalto en una hora y pico, de la garganta que incrementaba el dolor según pasaban las horas, y de darme cuenta que poco a poco me iba quedando  cada vez más atrás de todos.

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Tuvieron que remolcarme, primero Maxi un rato largo y fuimos compartiendo lo que podíamos porque, claro yo no podía hablar ni para decir gracias, luego conocí a su novia Wilma, ambos serían piezas fundamentales en el desenlace de este trayecto.

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Hacía mucho tiempo no pedaleaba un largo trecho; eso sumado al sedentarismo y el estrés de los últimos cuatro meses de mi vida, propiciados por un fuerte cambio laboral, unos cuantooos kilos más de lo normal en mí y la hermosa constipación de una semana entera propia de una caribeña en el invierno porteño y el hecho de no haber dormido más de dos horas, fueron los factores que marcarían el desenvolvimiento de la velada.

Después me remolcó a quien nombré cariñosamente el “Capitán América Mijitico Miu” quién también hace cicloturismo en compañía de su chica Pao, una pareja muy copada y muy alta (deben medir  casi dos metros cada uno, mentira lo que pasa es que yo soy petisa) Mijitico Miu iba súper rápido, me remolcaba en subida y pasaba a la gente aún llevándome…¿intermedio? – Nada que ver mi pana – esta gente es avanzada y tiene kilómetros encima oyó.

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Llegamos justo para ver el atardecer en un spot muy bello. La mayoría atravesó un río para ir a un viejo molino, mientras otros se quedaron del otro lado, yo me fui a un punto medio solitaria, me quedé ahí arriba de una piedra sentada viendo como el sol caía en el horizonte, desconectada de todo, haciendo una fotografía mental, ecuánime, en completo estado de agradecimiento y paz.

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Para ese momento quizás habríamos recorrido unos 35 kilómetros, y aún quedaba un largo camino para volver, recién se había hecho de noche cuando llegamos a un pueblito donde compramos la comida para preparar la cena, y había que apurarse porque no quedaba mucha luz, y no se había planificado regresar de noche por lo tanto muchos no estaban lo suficientemente bien abrigados y tampoco habíamos traído las luces, al terminar de comprar la comida Herbert me dijo -te voy a remolcar porque tenemos que ir a buen ritmo-,  atamos la soga y arrancamos, pero la cuerda se metía debajo de su guardabarros y a mi me daba paranoia caerme, cuando te remolcan no puedes frenar, tampoco puedes dejar que la cuerda pierda su tensión, tienes que ir en línea detrás de tu remolcador, era de noche, la carretera era muy rural, me dolía el alma entera, y este pana iba demasiado rápido y si yo intentaba decir algo, obviamente, no me podía escuchar, porque no tenía voz.

Entonces me atrapó el miedo, el cansancio, la frustración, le pedí que se detuviera y le dije que buscaría una camioneta que me llevara para que ellos pudieran ir, todos empezaron a hablar al tiempo, unos se querían ir rápido, otros pensaban que era mejor que me quedara y ellos iban y venían en el auto a buscarme, todos hablaban rápidamente, me sentía aturdida, sobrepasada, rodeada de personas que no conocía, que lo único que querían era ayudarme – lo sé – pero la situación, me estaba llevando por delante con toda su furia. Era la primera vez que alguien no se dejaba remolcar, no era por orgullo que no quería que me remolcarán, era físico pánico de caerme, ellos hicieron lo que mejor podían, pero yo estaba negada, presa del cansancio, de la frustración y de pensar que había errado en mis decisiones.

Me desesperé porque además no podía hablar y rompí en llanto, Wilma en su profunda sensibilidad femenina les pidió dejarnos solas y me dijo: – avanzamos un poco y allá en la carretera cuando pase una camioneta le pedimos que te lleve-, entonces empezamos a pedalear las dos apartadas de todo el barullo, hasta que nos dimos cuenta que nos habíamos perdido. No había señal del celular, todo estaba absolutamente oscuro, Andrea me había prestado una lucecita – que ahora que me acuerdo no sé si la agarró o sigue puesta – y estábamos cerca de una penitenciaria.

Maxi regresó para buscarnos, Wilma estaba enojada porque no se habían dado cuenta antes de que no estábamos, yo me sentía culpable y agotada, y no había más que pedalear para salir de la oscuridad, en eso llegó Hebert que desde ese momento empezó a “engañarme” positivamente diciéndome que en la luz que veía alláaaa al final estaban los chicos esperándome, qué hizo? me planteó pequeñas metas para no ver el camino largo sino ver los tramos poco a poco  y poder cumplirlos, yo quería tirar la bicicleta y sentarme en el piso hasta el otro día, necesitaba un milagro para salir de esa tortura en la que yo sola me había metido, pero él no lo permitió, cantaba, me contaba chistes, me preguntaba cosas sobre mi vida y así fue logrando que no me rindiera.

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Y así entre kilómetro y kilómetro con las palabras de Hebert, el apoyo de Maxi y Wilma, la luna y las estrellas, y el silencio de la noche, más el coaching emocional de Hebert que ya no sabía que más inventar para que yo avanzara un poquitico más, fuimos recorriendo los 30 kilómetros más largos de toda mi existencia, hasta llegar a la ansiada meta.

Después de bañarme y cambiarme, con todo el dolor en el cuerpo que tenía y el cansancio, nos juntamos en la cocina a comer todos juntos, y me comí tres sanguches TREMENDOS, de lomo que Guille preparó con todo el amor del mundo. De las mejores comiditas que uno puede hacer es esa después de tanto esfuerzo y con una sazón incomparable.

Pasé los dos días restantes en las cabañas, mientras los chicos partían en sus aventuras yo me dediqué a leer Bici Zen, un libro que habla justamente sobre la bicicleta como forma de vida y meditación, descansé la mente, me desconecté de todo, observé el cielo, dejé que ese sol que entraba por la ventana me diera calorcito, viajé en el tren de los sueños, caminé con Lolois la gata rubia que me venía a buscar para salir a pasear. Estuve sola, y cuando los chicos llegaban era una celebración a la compañía, a escuchar sus historias, a seguir compartiendo. Me sentí cuidada y contenida por personas que apenas conocía y aún con mi silencio los pude hacer sonreír, fue un viaje hermoso, como todos los viajes, y es que uno, como yo, vive para viajar y viaja para seguir viviendo.

Mi equivocación fue que a veces puedo pensar que no tengo límites y subestimar una distancia, una meta, un logro, yo me confié, pensé que mi ABC de ciclista como ya había hecho antes recorridos largos sin importar el tiempo que hubiera pasado, podría hacerlo de nuevo sin previo entrenamiento y con el 50% de mi energía normal debido a la gripe. A veces la mente nos juega en contra, decimos no puedo y así pasa, nos bloqueamos, nos trancamos, nos frustramos, pero creer que también todo lo puedes es peligroso, entonces el ego y la falta de confianza son dos navajas de doble filo.

La bici es como la música, la dejas un día y ella te va a dejar una semana entera, dejas de practicar un día y retomar te cuesta el doble, por eso las disciplinas son disciplinas, no se puede abandonar una pasión porque la factura vendrá alta.

Durante todo el viaje estuve afónica, comprendí la importancia que tiene poder comunicarse, el privilegio de mi voz.  Me di cuenta de lo importante que se puede volver alcanzar los objetivos, desafiarse, dar el 100%, me miré en ese espejo en lo laboral, y entendí que a veces me ciego y si quiero lograr algo voy directo, con mucha fuerza, decidida y pretendo que el otro vaya al mismo ritmo que yo y a veces el otro por más que quiera, y lo desee, quizás no alcanza ese ritmo aún, quizás no lo quiere, quizás necesita un poco más de tiempo, me cayó una ficha grande; agradecí con infinita dulzura poder entenderlo de esta manera, hay que seguir trabajando en esculpirse a uno mismo.

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¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por nuestros objetivos? Estamos ligados al resultado, permanecemos atados a esa noción de la recompensa, del logro, del premio, del reconocimiento. ¿Es natural? ¿Sería la vida de otra manera si uno hiciera las cosas sin pensar en alcanzar un resultado determinado? Entonces la victoria reside en enfocarse en el camino, en las canteras, en el atardecer, en la risa, en el llanto, en el rendirme, en el seguir adelante, en la compañía, en frustrarme, en esa meditación profunda sentada en esa roca mirando ese paisaje argentino que me regaló la vida, en aceptarme y seguir perseverando, siempre.

Fotos: Hebert Coello, Rodrigo Amaya y esta servidora.

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Catadora de emociones | Escritora Estratega Digital en @LACICLA