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Que no sea marico nadie.

Que no sea marico nadie.

Alejandro Rebolledo se murió, me dice “M” mientras subimos las escaleras de un lugar de comidas en Buenos Aires. Ella siempre tan desatinada conmigo, pienso. Yo la quiero, pero somos opuestas en muchas formas de hacer, ver y decir las cosas, manejamos la sensibilidad de maneras muy distintas y nuestra forma de relacionarnos con los demás es prácticamente opuesta, lejos de que esto sea un juicio de valor, simplemente si me pidieran escoger a alguien que actúa de una manera totalmente opuesta a como hago yo las cosas, la elegiría a ella.

A veces pienso que estábamos destinadas a ser amigas, nuestras historias coincidían en diversos puntos, no por propia elección, sino por el entorno laboral y social, y de tanto encontrarnos y a medida que nos conocíamos también de tanto desencontrarnos, nos fuimos eligiendo.

Me quedé paralizada en la escalera con la bandeja de comidas en la mano. No sabía que te afectaba tanto, me dijo visiblemente inquieta. Mientras tanto en mi cabeza cientos de imágenes se fueron agolpando.

Corría el año 98 yo llevaba menos de un año viviendo en Caracas y estaba cursando el último año de bachillerato, el único colegio que mi madre había encontrado quedaba en La Candelaria el Liceo Alcázar,  no era un colegio de mayor renombre y era bastante pequeño, a mí no me gustaba, me parecía insulso, me aburría y no tenía empatía con mis compañeros. Yo era la rara del salón, escuchaba música que ellos no conocían y no les gustaba, era la colombiana que usaba zapatos de plataforma, pantalones anchos, pelo rapado y maquillaje extraño. Había una línea delgada de ellos hacia mí, frente a mí me tenían miedo y detrás de mí se burlaban.

Un día Jhonny (el único amigo que conservo del liceo) me dijo, hay una chica en tercer año que creo que te caerá bien, no la conozco pero si la ves vas a saber quién es. Y así fue, unos días más tarde me la encontré y en cuanto nos vimos supimos que ya no estaríamos solas en ese colegio, ella tenía 16, yo 17. Nos separaban dos años escolares pero coincidíamos en el recreo y a la salida.

Sara es una mujer muy bella, con una piel sumamente blanca, alta, de contextura delgada, un rostro impresionantemente simétrico, y unos ojos verdes que llaman la atención de cualquier persona que la mire. Sara tenía un look mucho más dark que el mío, yo era más funk, más hip hopera, me gustaban los colores, las rayas, los cuadros, ella siempre iba de negro. Recuerdo que algunas veces se ponía una sotana de cura de iglesia, que no tengo idea de dónde la había sacado, una vez fuimos a la morgue, yo la acompañaba en sus aventuras “oscuras” y ella en mis aventuras más coloridas que incluían ir al matiné de los amigos invisibles, caminar por el león, tomarnos una birra en El Naturista por La Castellana y así. Nos hicimos muy amigas, a mi mamá no le gustaba mi amistad con ella, nunca le gustó, siempre me recriminaba, prefería que saliera con Mónica, Daya, Ambar y Melisa mis amigas más skaters, o con Michael, Emmerson, El Negro mis amigos del Pompei.

Sara llamaba mucho la atención, por lo hermosa que era, por su look misterioso y por todo ese halo que uno construye como adolescente, empezamos a internarnos en ese circuito de eventos en el que a pesar de los diferentes estilos que cada quien tuviera, rotaba el mismo grupo caraqueño que en ese momento se dedicaba al arte, la música, la movida underground.

Así conocí a Rebolledo,  en alguna de esas fiestas, donde seguro él era el DJ la conoció y se prendó de ella, así la invitaba a salir y Sara me pedía que la acompañara, en realidad ella y yo teníamos una relación de esas que son muy simbióticas, a donde va una va la otra y así. Me da un poco de risa, yo era esa amiga que el chico no quiere que venga nunca, pero siempre estaba ahí, y no quedaba de otra.

La primera vez que comí sushi en mi vida fue con Sara y Rebolledo. Nosotras veníamos de familias muy humildes y en ese momento el sushi era bastante “elitesco” para la sociedad común, fue en un lugar en Los Palos Grandes, un lugar muy lindo, no puedo recordar el nombre, a Sara no le gustó a mí me encantó.

Viendo todo en retrospectiva, encajábamos en ciertos clichés propios de la adolescencia intensa, donde el querer sobresalir y buscar tu voz interna para nosotras estaba cargado de intensidad, para ella Marilyn Manson, para mí Sylvia Plath. Y finalmente lo que en realidad pasaba es que éramos unas niñas recién crecidas, queriendo pasar la mayor cantidad de tiempo fuera de nuestras casas.

Salimos muchas veces con Alejandro, se fue gestando un vínculo, él sabía que a mí me gustaba leer muchísimo y yo absorbía muchas de sus referencias literarias, musicales, y nos presentaba a personajes míticos de la movida caraqueña de aquel entonces, él pertenecía a ese grupo que creaba movidas experimentales, ahora que lo pienso en aquel entonces estaba a punto de publicar su novela Pin Pan Pun.

Una vez conversando en Al Trote, le dije que no sabía que estudiar, no me decidía si Comunicación Social o Letras, hablábamos sobre lo difícil que era conseguir un cupo en la Universidad Central de Venezuela, y que si no entraba no podría estudiar, vas a pasar el examen me decía, de alguna manera aquella conversación y otra que sostuve con uno de mis padres, me hicieron decidir por estudiar Letras.

En esa época se iniciaron las grandes fiestas electrónicas, fuimos juntas a Patanemo al “Total Eclipse 98”, él nos regaló las entradas. Leíamos Urbe, yo era fan de Adriana Lozada. Pasábamos con cédulas falsas a locales como Tiffany’s o Espacio, hasta que una noche que fuimos a un local en Bello Monte para una fiesta todo dio un vuelco, un giro bastante desagradable propio de una historia de Ale, cuando la realidad supera la ficción.

Esa noche todo se quebró. Yo no tuve que leer Pin Pan Pun para entender lo sórdida que podía llegar a ser esa Caracas. Esa noche al salir del local unos PM (Policía Metropolitana) nos agarraron a los tres, nos dieron vueltas, nos hicieron pasarla muy mal. Después de ahí yo no volví a salir por un tiempo con Sara y poco a poco el cariño que nos teníamos pasó a ser ira y de la ira, esa adolescente donde uno no sabe qué es lo que está pasando, ni como analizarlo, ni como expresarlo, vino la extinción.

Sé que ellos siguieron siendo amigos después de mucho tiempo. Yo me alejé después y nunca tuve un nexo sólido con ninguno, con ella conversé tiempo después por un chat, cruzamos palabras, quizás diría que nos amigamos con esa lectura del pasado. Con Alejandro hablé hace un tiempo, mientras asistía a unos talleres de escritura que da Hernán Vanoli, en ese taller uno de los escritores estaba trabajando una novela de los 90’s en Buenos Aires y la voz de sus personajes porteños me resonaban en la memoria pero con slang caraqueño sabiéndome mejor en Julián, Caimán, Chicharra y Juan Power. Le escribí a mi mamá y le pregunté: ¿Mamá en tu casa está mi libro de Alejandro Rebolledo? ¿Pin Pan Pun?. No hija no está, ese te lo llevaste tú.

Me sucumbió la tristeza porque ese libro debió quedarse en una caja llena de libros importantes que dejé en la baulera de una amiga de Caracas con la idea de que me la enviara en algún momento, tiempo después su baulera se inundó y con ella los libros se perdieron.

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Empecé la cruzada por conseguir el libro de nuevo, lo había leído muy joven, a los 19, y quería mirarlo ahora de adulta, quería rememorar, sentir a Caracas desde su voz, aunque no fuera mi Caracas porque la mía es más la del 1998 -2009, pero quería reconectar. Parecía imposible conseguir el libro, no era tan sencillo, busqué a Alejandro en Facebook, nos agregamos cruzamos un par de palabras: “Hola Caro. Me parece que se puede conseguir en buenos aires pues la gente que la rédito hace dos años, ediciones punto cero, librería Alejandría creo que tiene una librería en BA, hazle un Google a punto cero argentina, librería Alejandría. Sino esta en Amazon, y sino pues Caracas, aunque creo que ya quedan muy pocos”. Escribí a la Editorial pero no lo tenían, me frustré.

Poco tiempo después una de mis mejores amigas Graciela Yañez Vicentini, viajó a Buenos Aires y me trajo consigo un ejemplar de Pim Pam Pum, fue toda una odisea para ella conseguirlo, pero lo logró, sabiendo que era importante para mí.  Volví a leerlo, pero no lo terminé, caí en los brazos de Delphine de Vigan y dejé en espera al grupo de amigos que se movía entre las urbanizaciones y los barrios más peligrosos de Caracas, los protagonistas de la novela que llegó a ser seleccionada como una de las finalistas del Premio Rómulo Gallegos.

Mientras conversaba con “M” nos preguntamos qué sería de nosotras, de nosotros, si no nos hubiéramos ido de Venezuela o mejor dicho si en Caracas hubiéramos podido seguir desarrollando nuestras carreras sin que fuera a pulmón o con una pistola apuntándote para robarte un celular, quizás también nos habríamos movido a hacer un postgrado, a vivir la experiencia de otro país, es cierto, pero seguramente volveríamos, volveríamos siempre. ¿Cuántos de nosotros tuvimos que irnos a reinventar nuestros pasos cuando ya habíamos alcanzado algo?. Todos hemos perdido la cotidianeidad de nuestros amigos cercanos, de nuestras playas, de nuestra Caracas. Hay una realidad y es que en Venezuela se ha tenido que posponer el patrimonio cultural. El único patrimonio que se ha creado es el que habla con voz gubernamental. Lo demás es fuga de talentos diaria.

Hace apenas unos días, el lunes sino estoy mal, mientras empacaba los libros que me voy a llevar a Bogotá, el primero que agarré fue Pim Pam Pum la edición de Punto Cero. Este no puede faltar pensé.

Esta mañana cuando me desperté y revisé mi Twitter, mi hermano había escrito un tweet con la fotografía de Pin Pan Pun, la edición del 98 de Libros Urbe. El libro no se inundó.

Pin Pan Pun. Pim Pam Pum. El recuerdo de un Alejandro que me inició en el sushi y me alentó a estudiar letras con quien el último chat que crucé en mi vida fue “Como verás siempre te recuerdo y te mando un abrazo grande” y el del escritor con una voz putamente franca, visceral, fundamental para la literatura, que se convirtió en un objeto de culto literario, en un fetiche prohibido y un tesoro buscado. Alejandro es la voz de una generación en Venezuela.

Que no sea marico nadie.

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Catadora de emociones | Escritora Estratega Digital en @LACICLA