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Fragmentada

Fragmentada

Hace pocos días pronuncié esa palabra, le dije a mi amiga Flor: – me siento fragmentada – preferí usar esa expresión, porque no quería decir que siento que estoy hecha pedazos, que estoy rota, que siento que “mil pedazos de mi corazón volaron por toda la habitación”. Hace unos meses cuando estaba por partir de Buenos Aires supuse que tendría momentos en los que iba a extrañar la ciudad, y entonces hice una lista de razones por las que me iba, para tener en cuenta en esos momentos en los que idealizara/extrañara La Ciudad De La Furia. Sin embargo, no han bastado.

No han sido suficientes ni se han convertido en esos grandes argumentos que yo pensaba que me servirían en los momentos en los que me pregunto, qué hice cuando decidí mudarme, cuando decidí que era tiempo de regresar a la ciudad donde nací, cuando pensé que era tiempo de apostarle a un nuevo cambio.

Me siento un tanto ingenua, pensé que todo sería más fácil, total ya estoy acostumbrada a los cambios, total es la ciudad donde nací, total esta mi familia, total me tendrá que ir bien laboralmente porque vengo con un mejor título, más experiencia, tengo conocidos y contactos. La suma de estos totales no ha sido más que restar, excepto por mi familia.

Fragmentarse, dividirse en trozos. Creo que subestimaba el amor y el apego que puedo llegar a sentir. Quizás creía que como – en teoría – nunca he pertenecido a nada demasiado, y nunca he creado vínculos que en poco tiempo no pudiera superar (o eso me he dicho siempre para defenderme del dolor) esta vez sería igual, extrañar, anhelar, idealizar, añorar, pero que en poco tiempo los encantos del nuevo lugar me tendrían hechizada y el paso por la nostalgia sería meramente platónico y no real.

Claro, si ya me había pasado con Caracas, si ya me había pasado con Bogotá, si ya me había pasado con tantas personas, situaciones y cosas. ¿Cuál sería la diferencia? Ninguna pensaba, mi hogar es donde vaya yo, donde me voy haciendo, además mis raíces son colombianas debo encontrarme con ellas, es ahí donde debo/tengo que estar; creo que estaba equivocada. Posiblemente sufro el mal del viajero eterno, aquel que nunca regresa por completo, a ningún lado, ni siquiera a esta ciudad donde nací.

No tengo idea de cómo sucedió, pero pasó. Hubo una tarde, en la primera semana de éste lapso bogotano, en la que me senté en el sillón rojo de la sala de mi departamento temporario y mirando al techo, mientras sentía que el pecho me dolía de la tristeza, que me dije a mi misma, no es posible que no sé, que no tengo, que no siento ningún lugar como mi hogar, y me largué a llorar, mientras Caribe, mi gato negro, se arrimaba a mí para consolarme.

Han pasado casi tres meses y jamás imaginé que tendría que desafiarme tanto internamente – parece tonto pensarlo, pero sí pensé que sería más fácil -.  Volver es recomenzar de cero en todos los sentidos. Hay varias cosas que se me juegan más de frente estando en esta ciudad. Primero un tema bastante existencialista por el que pasamos todos los individuos, excepto que personas que pensamos de más y le damos muchas vueltas a las cosas, podemos analizarlas de una manera más sensible que no siempre es saludable, y es que el ser humano busca la totalidad, y la totalidad, mis queridos lectores, o esa totalidad de la que yo hablo, en el plano psíquico solo se da cuando somos bebés y tenemos por un instante todo lo que necesitamos en un solo espacio, después mientras la vida avanza, podemos llegar a creer que eso va a ser posible, sin embargo no lo es, y es que todo no se puede.

Creo que irse de un lugar es difícil pero quizás regresar después de un largo tiempo lo es más. Siempre va a haber una perdida, una elección hará que descartemos la otra opción, por lo tanto eso de “tener todo” no es posible. Lo otro que se me juega de manera muy profunda es la venezolanidad, estando aquí todo el tema de Venezuela se percibe distinto a como lo estaba viviendo en Argentina. Veo, observo y siento comentarios de mis compatriotas colombianos hacia mis compatriotas venezolanos que me causan mucho dolor.

Por ejemplo el otro día preparé arepas venezolanas para bogotanos y cuando dije:- son arepas venezolanas- alguien respondió – es decir sin harina? – a lo que, honestamente, a mí lo que me provocó fue mandarlo a comer mierda. Mi primera fragmentación brutal es esa, Venezuela, me duele hondo en el pecho. El lugar donde estoy viviendo tiene muchos comercios que han creado los venezolanos exiliados, así que es como más tangible la fuga de talentos y la necesidad de salir de la tierra de Bolívar, el grupo en Facebook de Venezolanos en Bogotá es MUY diferente al de Venezolanos en Argentina. Siento que los venezolanos que llegan a Bogotá la tienen más difícil, las situaciones, la visa, las diligencias son todas más complicadas, y de alguna manera siento que el venezolano que logra llegar a Argentina es aquel que tiene un poquito más de posibilidades, mientras que el que llega aquí prácticamente cruzó la frontera como pudo.

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Mi siguiente retazo que me hace fragmento es extrañar tanto Buenos Aires, les juro que jamás pensé que iba a ser así, extraño correr por Puerto Madero, tomarme la bici hasta Tigre, caminar por las calles de Palermo, Recoleta, Villa Crespo, Nuñez, el verano, el calor, la reserva ecológica, las puteadas, el ándate para tu país cuando me cruzo con algún tarado que escucha mi acento, Gibraltar, San Isidro, las birras de litro, los techos de San Telmo, tomar una fotografía de un edificio que ya fotografíe mil veces pero al que le encuentro otro ángulo, otra mirada, otro detalle, mis amigas, y la Carolina que soy en medio de mi, ahora, amada porteñidad. Creo que ahora haría feliz una lista que se llame “Razones por las que no debes dejar Buenos Aires.”

Y el último fragmento, que es el que quizás más me duele, es éste de ser rola, cachaca, bogotana y sentirme tan ajena a éste lugar. Alguien me dijo hace unos meses cuando decidí volver que vendría a hacer mi tesis sobre la ciudad en la que nací, que probablemente tendría que saldar algunas cuentas y poder observar todo desde la persona que soy ahora.

La ciudad en la que nací tiene un sistema de bibliotecas maravilloso, tiene la ciclovía como uno de los modos mas democráticos de recreación que se han inventado. Bogotá tiene más de 90 museos, es la capital del mundo con mayores oportunidades de ver diversidad de pájaros, es la capital con más especies de flores en el mundo. Cuenta con una de las redes de ciclorutas más largas del mundo – la verdad es bastante buena, siempre se puede mejorar, pero está buena –  estas son las cosas que me han ido salvando de no enloquecer mientras me observo en esta “nueva”ciudad.

Bogotá es una ciudad con un sistema de transporte público que aún no logra posicionarse de una manera efectiva, el tráfico es una verdadera locura, créanme es una VERDADERA locura, tomar el transmilenio es una odisea, hay que llenarse de paciencia, de tolerancia y cuidar muy bien tu cartera. Fue en el transmilenio donde pude observar el primer síntoma de una sociedad que está venida para atrás. Me subo al transmilenio media hora antes de que la hora pico empiece, logro subir con tranquilidad y acomodarme de pie en una esquinita. Nadie te mira a los ojos, todos van hipnotizados con sus smartphones, comienza a llenarse cada vez más, no hay espacio, compartes más intimidad con esas personas que te clavan su cuerpo sin posibilidad de hacer nada que con tu novio de toda la vida. Cuando llega el momento de bajarme, soy cautelosa, lo planifico con anticipación, agarro bien mi bolso, guardo bien mi celular. Logro bajarme sin grandes percances, voy subiendo el puente para salir de la estación, mares de personas vienen entrando, hay solo un canal habilitado para poder salir, las personas te chocan, con fiereza, parece que sus hombros tuvieran que generar un golpe profundo ante el que va pasando, es como si necesitaran golpear el hombro del otro, por ninguna parte se escucha o se percibe un intento de disculpa. Me pone triste, por qué no podemos respetar el espacio y el derecho del otro, por qué tenemos que violentar al otro, o mejor dicho por qué me agredes si yo no te estoy haciendo nada.

Otro escenario repetitivo es estar haciendo la fila para pagar o comprar algo y -les juro, lo voy a grabar- siempre, SIEMPRE, alguien se te adelanta, todos tienen prisa obviamente, y en la prisa parece que se les olvida que hay alguien delante de ellos, algunos suelen ser amables y te lanzan un clásico: – voy a hacer solo una preguntica – o – solo voy a pagar una cosita-, lo más probable es que yo lleve un rato largo esperando para hacer una sola pregunta también o que si tengo para pagar cinco cosas esté en mi derecho de seguir con el orden de la fila, pero no. Por ahora, me he aguantado, pero juro que en algún momento mandaré al de la preguntica o al de la sola cosita a la mísmisima conchinchina, porque aunque sea muy querido con su frasecita de “solo voy a”… lo que me estás diciendo -pelotud@- es “solo voy a pasar por encima de ti un segunditico”.

¿En qué momento ésta ciudad se volvió tan cruda o es que siempre lo fue y como yo me fui desde adolescente nunca lo percibí?¿Será que en mi disco duro siempre guardé del colombiano la amabilidad, la forma de pedir las cosas y esas conductas que parecen extinguirse más cada vez que paso un tiempo aquí?¿Será que me he vuelto más observadora o más exigente o menos tolerante? Cuando hablo con mis hermanas sobre lo que observo, no a manera de queja, sino más bien estupefacta del comportamiento de los habitantes de la capital colombiana, ellas me responden que ya está naturalizado ese tipo de comportamiento. ¿Somos los habitantes bogotanos seres pasivo-agresivos? Tenemos que pasar por encima del otro, pedir rebaja y ñapa para todo, olvidarnos de pagar a tiempo los compromisos que se tienen con los demás, sacar ventaja de todo lo que se nos cruce en el camino, cobrarle al extranjero de más en el taxi porque creemos que es un boludo que no sabe cuánto tiene que pagar, en mi caso ya más de siete taxistas al escuchar mi acento que a estas alturas es una mezcla colombo-venezolana-argentina se han querido hacer los vivos y cobrarme de más, y así seguir aprovechándonos del otro, sacarle lo que más podamos porque eso nos hace más ágiles y vivos que el otro, por favor, en qué momento se les convirtió en un círculo vicioso la deshonestidad, la viveza, el ventajismo y la agresividad pasiva.

Entonces mi tema no es con Bogotá, pobre de ella, es con los que la habitan, una ciudad a la que pocos, nacidos y no nacidos, parecen agradecerle lo que les brinda.

Me aferro a la posibilidad de encontrar todas las frutas del mundo, el caldito de costilla, la changua, el tamal, el chocolate caliente, me aferro a esas montañas hermosas que se posan ante mis ojos para recordarme lo pequeña que soy, me aferro a la posibilidad de compartir tiempo de calidad con mis hermanas, con mi padre, con mis tías, me aferro a ver la ciudad iluminada porque llego la navidad, y me aferro sobre todo a que voy a encontrarle la vuelta, y voy a poder hacer una lista de razones por las que quiero amar Bogotá. Me aferro a mi nueva afición a caminar 15 kilómetros diarios para poder descubrir los pequeños tesoros de la ciudad. Me aferro a que Colombia es un país con riquezas naturales, con una gran diversidad étnica, a ese buenos días que te da un extraño en la calle porque eso sí es algo que me parece increíble, sales de la casa y la persona que te cruces te va a decir buenos días, buenas tardes, buenas noches, lo que no entiendo es por qué se les olvida en las filas y en el transporte público.

Parece que todos tienen afán, y se les olvida que eso no te permite pasar por encima de los demás. He visto peleas en el tráfico, en los buses, entre peatones, entre conductores. Cada quien es más importante que el otro y hay que demostrarle eso al resto de la ciudad. Las personas llegan a abrirse paso a los codazos de esa manera interactuan. Existe un territorialismo inacabable donde nadie respeta a la ciudad y todos desean todo de ella.

Entonces me fragmento, me rompo en pedazos al ver que como humanidad estamos para atrás, definitivamente parece que no evolucionamos sino que involucionamos, ahora miro las noticias de Caracas, Buenos Aires y Bogotá y me pregunto a dónde vamos a parar, qué es lo que nos pasa como ciudadanos, como individuos, por qué estamos tan enfermos, hay un ratio de asesinatos en 39 por cada 100.000 habitantes, sin embargo varias ONGs calculan que el índice real de homicidios duplica las cifras oficiales en Caracas, una mujer cayó a diez metros de altura en el puente de Ciudadela en Buenos Aires por robarle un celular, un infame en Bogotá asesina a una nena de siete años y aún no esta preso. ¿Qué nos pasa?

En fin, he enviado y llevado más de 500 Currriculum Vitae – Hojas de vida le dicen aquí, no he tenido ni una entrevista. Sólo una empresa me respondió un email preguntándome si tenía posibilidades de cambiarme de ciudad, respondí que sí, no recibí más comunicaciones. De los amigos que tenía aquí, de los contactos a los que en algún momento ayudé estando en Buenos Aires, de los que hice “amistad” la última temporada que viví aquí, digamos que de 20 personas sólo 3 han hecho el tiempo para poder vernos y compartir un buen rato. Por ejemplo hay un ciclista al que le conseguí posada en Montevideo (aunque no lo conozco personalmente) y lo puse en contacto con mis amigos de allá, porque durante su viaje no tenía donde quedarse y yo amablemente vi que una prima compartió su historia y lo puse en contacto con mi gente cercana, él anda mucho en bici, le he preguntado varias veces para salir en bici aquí, para ver si hacemos alguna ruta y así puedo conectar con gente de la movida de la bici… pero oh desilusión! Por supuesto a tres meses de mi llegada brilla por su ausencia, he intentado ponerme en contacto con grupos a través de las redes sociales y sólo uno que se llama Bici Usaquén ha sido amable, mis hermanas que viven aquí y tienen 26 y 27 años me comentan que los grupos de amistad son muy cerrados, es decir quizás eso que yo veía y sentía con tanto gusto en Buenos Aires llamado inclusión aquí no exista y quizás aquellos que pensé que eran mis amigos ahora pasan a ser desconocidos.

“De dónde eres es menos importante que hacia dónde vas” – Pico Lyer.

Tengo una crisis existencial porque no termino de saber para dónde voy y la incertidumbre que es más de la habitual que sucede en la vida, me carcome la cabeza. Me siento perdida, desubicada y no sé ni lo que me dice mi corazón, no hay intuición y todos mis pensamientos y emociones están divididos en millones de fragmentos que no tengo idea de hacia donde dirigir, espero una señal, un indicio para girar el manubrio, una manifestación que me haga visible el horizonte, un signo que me haga vislumbrar mis próximos pasos.

No tengo idea de cómo sucedió, pero pasó. Mientras medito, cuando sueño, la misma imagen se repite, como si fuera el estribillo de Where is my mind de Pixies, a mí me pasa que mi mente dice Where is my home? aún no encuentro la respuesta, aún no puedo descifrarlo, se me dibuja el Ávila, lugar imposible al que volver, se me dibuja mi padre y mis hermanas mientras hacemos el árbol de navidad, se me dibuja el Obelisco en la 9 de Julio, la calle Defensa de San Telmo.

¿Cuál será nuestra próxima estación? pregunta Caribe mientras se posa a mi lado y observa como voy concluyendo este post.

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Catadora de emociones | Escritora Estratega Digital en @LACICLA